Desde el jueves he estado en Menorca, aislada del
mundo, lejos de la tv, de la prensa… Y al llegar esta noche a casa me encuentro
con la tristísima noticia del terremoto en Katmandú. Me ha impactado en lo más profundo. Conociendo
la fragilidad de sus casas milenarias, no me ha sorprendido la escalofriante cifra
de muertos y heridos. Y conociendo, también, la escasez de médicos (aproximadamente
2 por cada 10.000 habitantes), entiendo que la situación debe de estar siendo
desesperada. La bellísima y milenaria ciudad de Katmandú, patrimonio de la
humanidad, ha perdido irreemplazables tesoros arquitectónicos, pero sobre todo ha
perdido vidas, muchísimas vidas. Tragedias como esta no deberían llegar jamás a
parte alguna del mundo, pero tal vez menos aún a un país en el que la pobreza
es extrema y, a pesar de ello, sus gentes sonríen siempre. Estos días el país
de las sonrisas es un país herido y triste. Mi corazón y mis lágrimas están con
ellos.
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